Comentario
El arte mueble paleolítico era conocido, e identificado como tal, en yacimientos franceses, desde mediados del siglo XIX. El arte rupestre o parietal paleolítico fue descubierto por el santanderino Marcelino Sanz de Sautuola (1831-1888) que, desde 1875, excavaba en la cueva de Altamira (Santillana del Mar), año en el que ya vio, sin darles importancia, las figuras de color negro de la última galería. En el verano de 1879, con su hija María, descubrió el gran techo de los bisontes polícromos. La perplejidad que en él provocó el hallazgo no impidió que Sautuola hiciera una exacta valoración de las pinturas como obras de arte de los hombres del Paleolítico Superior que habitaron el vestíbulo de la cueva en el que estaba excavando. Esto quedó bien reflejado en el folleto con que dio a conocer sus descubrimientos: "Breves apuntes sobre algunos objetos prehistóricos de la provincia de Santander" (1880). A pesar de ser conocidos numerosos grabados sobre soporte mueble y la existencia de arte rupestre debido a ciertos pueblos primitivos, la autenticidad de Altamira fue negada. Las dudas de algunos investigadores fueron acalladas por la gran autoridad que, en la entonces joven ciencia de la Prehistoria, tenía el eminente Emile Cartailhac (1845-1921), profesor de la Universidad de Toulouse. Su opinión negativa se basaba sólo en el informe del ingeniero y paleontólogo E. Arlé y en su propia interpretación del dibujo del folleto de Sautuola. Fueron excepción en tal sentido el catedrático de Geología Juan Vilanova y Piera (1821-1893) que, sin ningún éxito, fue el valedor de Sautuola en varios congresos internacionales, y el prehistoriador Edouard Piette (1827-1906) que, en 1887, atribuyó acertadamente las pinturas al Magdaleniense. En los últimos años del siglo XIX, diversos descubrimientos en Francia pusieron las bases para la rectificación de aquellas opiniones negativas. A ellos hay que unir los trabajos del que entonces era un joven sacerdote: el abate Henri Breuil (1877-1961), que iba a realizar durante sesenta años las mayores aportaciones al estudio del arte del Paleolítico Superior, tanto en Francia como en España, amén de contribuir con sustanciales estudios al conocimiento de otras parcelas del arte prehistórico.El joven Breuil había dibujado la mayor parte de la colección Piette de arte mueble; visitó la cueva de La Mouthe (descubierta por E. Riviére en 1895) y, en 1901, con L. Capitan (1854-1929) y D. Peyrony (1869-1954), descubrió las cuevas de Les Combarelles y de Font-de-Gaume, ambas en la Dordoña. En 1902 consiguió que un numeroso grupo de prehistoriadores, entre ellos Cartailhac, visitasen aquellas cuevas y conocieran su arte. El profesor de Toulouse rectificó inmediatamente su opinión sobre Altamira y llevó a Breuil a Marsoulas (Pirineos) (con pinturas descubiertas en 1897 por F. Régnault) y luego a Altamira. El mes de septiembre de 1902 lo dedicaron ambos al estudio de la cueva santanderina, en condiciones difíciles superadas por la gran habilidad artística del abate Breuil. De estas investigaciones salieron un pequeño artículo y un gran libro. El primero es un noble texto de Cartailhac publicado en la revista "L'Anthropologie" y titulado "La grotte d'Altamira, mea culpa d'un scéptique", en el que reivindica la memoria de Sautuola. El libro, que reproducía en magníficas láminas los calcos breuilianos de las pinturas de Altamira, fue publicado en 1906 gracias al mecenazgo del príncipe Alberto I de Mónaco (1848-1922).Se inició entonces una etapa de grandes descubrimientos. En la región cantábrica española fueron extraordinarios los que llevaron a cabo el director de la Escuela de Artes y Oficios de Torrelavega, Hermilio Alcalde del Río (1866-1947) y su colaborador el sacerdote lazarista Lorenzo Sierra. Entre otras, se cuentan en su haber las cuevas de El Castillo, Covalanas, La Haza, Hornos de la Peña y El Pindal. Ambos colaboraron con el abate Breuil en la publicación del arte de estas cavidades en un voluminoso libro titulado "Les cavernes de la région cantabrique" (Mónaco, 1911). Paralelamente, en Francia se producían también muchos descubrimientos. En muchas de estas actividades intervino el entonces recién fundado Institut de Paléontologie Humaine, creado por el citado príncipe Alberto y con sede en París. En 1911, mientras se excavaba el rico yacimiento de la cueva de El Castillo, Hugo Obermaier (1877-1946), Paul Wernert y H. Alcalde del Río, encontraron la de La Pasiega. En aquel momento, el abate Breuil estaba estudiando la cueva andaluza de La Pileta, descubierta por el coronel Willoughby Verner con la ayuda de Tomás Bullón. La asturiana Peña de Candamo fue estudiada por entonces por el catedrático de Geología Eduardo Hernández-Pacheco (18721964). Después de la Primera Guerra Mundial, los trabajos disminuyeron en intensidad, tanto en Francia como en España. Para nuestro país recordaremos que, entre 1929 y 1931, Luis Pericot García (1899-1978) excavó en la región valenciana la cueva de El Parpalló, en la que encontró varios millares de plaquetas con grabados y pinturas, conjunto que sigue siendo el más importante de la Península Ibérica para el arte mueble. Y que, en 1934, Juan Cabré y Aguiló (1882-1947) (el descubridor en 1903 de la facies del arte rupestre postpaleolítico llamada levantina, que el abate Breuil siempre consideró paleolítica) estudió los grabados de la cueva de Los Casares (Guadalajara). Durante la Segunda Guerra Mundial tuvo lugar en Francia el descubrimiento de la cueva de Lascaux (Dordoña) y sus extraordinarias pinturas. En la Península Ibérica, en los últimos cuarenta años se han producido, entre muchos otros, los importantes hallazgos siguientes: Las Monedas (1951), Las Chimeneas (1952), Nerja (1959), Maltravieso (1956), Tito Bustillo (1967), Altxerri (1962), Ekain (1969), Chufín (1972), Mazouco (1979), Fuente del Salín (1985) y Piedras Blancas de Escullar (1985).